La corrida de Victoriano del Río y Toros de Cortés no fue, para nada, lo que se se esperaba de estas divisas hermanas (de los mismos ganaderos). Bueno, tal vez, alguno sí que se lo intuía. Se hacía muy extraño que El Juli hubiese elegido El Puerto de San Lorenzo para despedirse de Madrid en lugar de la de Victoriano. Hoy se ha visto el motivo. Julián es un estudioso del campo bravo y debió pensar, para matar atanasios, mejor los de El Puerto.
Sebastián Castella ya brilló con un gran quite de ceñidísimas tafalleras y una templada larga cordobesa con el abreplaza, como réplica al buen quite de Ureña a la verónica, en el cual el lorquino acabó tropezado y librándose por los pelos del percance.
Castella inició su faena de muleta por estuarios, cobrando esta suerte todo el sentido de la palabra. No se inmutó ni en el resbalón del toro, ni en el cambiado por la espalda. Sebastián lo hace toreando, no como un recorte.
Se le censuró en exceso la colocación. Ya sabemos el mantra que hay en Madrid con el cruzarse, pero cuando un torero debe estar cruzado (ahí si que no valen ventajas) es en el primer muletazo de cada serie, en el del cite. Después hay que quedarse en el sitio para ligar, siempre que el toro lo permita, claro está. Lo que sucede es que al quedarse en el sitio, te quedas al hilo del pitón y eso en Madrid no se soporta.
El de Victoriano, aunque tuvo nobleza, se apagó muy rápido, por lo que la faena bajó mucho en intensidad.

Lo rotundo llegó en el cuarto. El de Cortés fue un tacazo. Un toro con mucha caja, como se reflejó en la báscula. Se emplazó y Castella tuvo que ir a buscarle, pero el burel le pegó un feo parón. A Sebastián le temblaban las piernas. No era para menos. Vaya papeleta. La lidia fue un caos, con picotazos con el toro mostrando su condición de manso y abanto. Se cambió el tercio (esta vez sin pañuelo rojo de por medio) y José Chacón dio una lección de lidiador inconmensurable. El torero francés le debe haber dado la enhorabuena, porque mejoró al toro, reteniéndolo en las telas. Viotti puso un tercer par espectacular, exponiendo muchísimo por la complejidad del animal. A punto estuvo de ser cogido. Madrid lo captó y le obligó a saludar.
Castella empezó como se debía arrancar. Es que no cabía otro inicio de faena posible con este toro. Por bajo, sometiéndole a la vez que le enseñaba a embestir, para luego torear en redondo ya con la figura vertical. También el matador estuvo al límite del percance al rematar la serie con una trincherilla en la que el toro se quedó debajo.
El galo entendió que había que dejarle la muleta puesta para ligar los pases sin que el toro se fuese a tablas y así lo hizo. También acertó con la elección de los terrenos, entre el tercio y los medios. Al natural la faena bajó, lógico con un manso con el que no se puede vaciar el muletazo, ya que al natural se tiende a vaciar más.
De nuevo, la faena retomó el vuelo con la derecha, en dos series rematadas con el cambio de mano por detrás para dar el circular con la izquierda (el primero de los dos, larguísimo).
Castella había cuajado a este manso de libro y solo quedaba rubricarlo con la espada, pero falló dos veces con la misma, perdiendo la, (o, seguramente, las) oreja/s. Se quedó en una clamorosa vuelta al ruedo.

Otro que tuvo que lidiar a un mansazo fue Ureña. El quinto toro de la tarde también estaba herrado con el hierro de Toros de Cortés. Recordemos que aquí estaba el encaste Atanasio y este toro, ya por hechuras, era Atanasio total. Con caja, con badana, con trapío y burraco. Parecía de Valdefresno o de Los Bayones. En el comportamiento también fue muy Atanasio. Más manso aún que el anterior, ya que este no es que saliese suelto de los capotes, es que huía de ellos. Los esquivaba como un recortador, aunque fuese un subalterno por cada lado. Por supuesto, tampoco quiso saber nada del caballo. Esta vez, Eutimio sí que acertó y sacó el pañuelo rojo que condenaba al toro a banderillas rojas. Si no me falla la memoria, la última vez que asomó este pañuelo en el palco venteño fue con el famoso «Cazarratas» de Saltillo el 31 de mayo de 2016.

Ureña no tuvo el temple ni el tacto de Castella y le costó acoplarse. Bien es cierto que su toro fue aún más complicado que el del francés. Hubo una serie de derechazos con el compás abierto y encajados con la que se empezó a confiar, aunque lo bueno de verdad fueron los tres o cuatro últimos muletazos por bajo: dos trincherillas genuflexo y uno o dos pases de la firma. No fueron más, pero metieron a Madrid en el bolsillo.
Se veía venir que el murciano se iba a tirar encima en la suerte suprema (como ya hizo el día de Victorino en la Corrida de la Prensa) y eso ocurrió, llevándose un golpe en el pecho, que lo dejó en el suelo por momentos. A la segunda aprovechó que el de Cortés se arrancó para matarlo recibiendo. Sin embargo, requirió del descabello y dio una vuelta al ruedo a petición popular.
Su primer toro, «Jungla», embistió descoordinado y salió ya astillado a la plaza. Ureña no pudo hacer nada con él. Lo que no debía hacer era ponerse pesado, que también lo hizo. Fue un toro para irse rápido a por la espada.
El que no tuvo su tarde fue Ginés Marín, aún convaleciente de su operación del viernes (una semana había pasado) por una cornada entre los dedos de la mano derecha. Si no estaba bien, no debía haber venido. Abrevió con el tercero de la tarde, un toro pitado de salida (por su presentación) y en el arrastre (por su mansedumbre) y, aunque pegó unas buenas verónicas al sexto, con la muleta estuvo totalmente fueracacho y enganchado permanentemente. Petardo de Ginés. Su peor tarde en Madrid.
Plaza de toros de Las Ventas (20.575 espectadores). Toros de Victoriano del Río (sin opciones y mal presentados) y Toros de Cortés (mansísimos: uno de banderillas negras y otro que lo rozó). Pitados en el arrastre todos menos primero y sexto.
– Sebastián Castella (de azul celeste y oro): ovación y vuelta al ruedo tras aviso.
– Paco Ureña (de sangre de toro y oro): silencio y vuelta al ruedo tras dos avisos.
– Ginés Marín (de coral y oro): silencio en ambos.

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