Juan Ortega es un torero distinto a los demás, con un toreo muy personal: clásico y artista. Con pureza y mucho temple. Torea como nadie y, por eso, los demás a su lado parecen menos de lo que son. Le ha pasado a Ginés Marín, por ejemplo, al que considero buen torero, pero hoy no me ha gustado nada. Será porque toreaba después de Juan y parece que iba a cámara rápida. O, mejor dicho, es que Ortega torea a cámara lenta.
La expectación por ver a Juan Ortega era máxima, con el cartel de “No hay billetes” colgado. Los aficionados íbamos a verle a él principalmente, tras su gran año 2023. También el público menos entendido iba a ver al trianero tras el lío de su no boda. Una mujer decía por teléfono: “¡el de la espantá ha cortado dos orejas!” Y las cortó tras inventarse una faena a un toro por el que no dábamos nada. Exactamente igual que hace un año. Está rompiendo el tópico de que a los toreros artistas le valen pocos toros. Solo hace falta que cuaje uno en Sevilla o Madrid, aunque otro torero de su corte, Morante, no sabe lo que es salir a hombros de Las Ventas y es una figura del toreo indiscutible del siglo XXI.
“Asustado” fue ese toro al que Juan desorejó. Salió asustando a las tres palomas que estuvieron toda la tarde en el ruedo, a punto de arrollarlas primero y tirándolas un derrote después. Ahí el sevillano lanceó a la verónica con suprema habilidad al toro, aunque este transmitía poco. Por eso, el quite por chicuelinas no fue del todo lucido, pero Ortega lo abrochó con dos medias de las cuales la primera fue superior. En círculo y al ralentí.
Empezó la faena con ayudados por alto barriendo el lomo del toro para después ligar algunas series por el pitón derecho, pero la faena rompió por el izquierdo. Hubo un pase de la firma que puso los tendidos de pie, como se pondrían después tras una serie de naturales genuflexo. Inspiradísimo el torero. La obra fue breve, medida. No fue una faena cumbre, como la que hizo el año pasado en Valladolid o la de 2021 en Vistalegre, pero fue de menos a más y levantó una tarde a la deriva. Dos orejas de ley en Valdemorillo.
También se le pidió una oreja del segundo, aunque de forma más sonora que con pañuelos. Hizo bien el presidente en no conceder el trofeo, pues la faena nunca tomó vuelo por la falta de repetición del toro y por algún enganchón, como el que desarmó a Juan Ortega de salida, cuando este estaba bordando el toreo a la verónica, reduciendo la embestida del animal. Tuvo gracia torera el quite por chicuelinas, pero el toro salía desentendido. Sin embargo, en el siguiente quite, paró el tiempo por delantales. Excelso. Comenzó la faena por bajo e impregnó de torería todo lo que hizo: esa forma de acompañar las embestidas del toro, la colocación de la mano que no torea, la pureza en el cite, el salir de la cara del toro en torero… pero faltó toro. Cuvillo no atraviesa un buen momento, a pesar de que Ortega le arme líos a toros que parecen no ser de triunfo, como el quinto de hoy o, en especial, aquel de Valladolid, también lidiado en quinto lugar.

De hecho, el primero fue un inválido que debió haber sido devuelto. Mal el presidente en no sacar el pañuelo verde y mal Talavante haciendo de enfermero en vez de bajarle la mano y que se fuese a corrales, a sabiendas de que no iba a poder hacer nada con él, como así sucedió. El toro acabó desplomado y, de nuevo, volvió la bronca al palco. Cuando Alejandro Talavante le dio muerte hizo un gesto con el dedo diciendo que en el siguiente iba a ser, pero tampoco fue. Es verdad que no ha tenido opciones, pero también es cierto que Talavante no se parece en nada a aquel torero que se retiró en 2018 en uno de los mejores momentos de su exitosa carrera. Parece que se le ha olvidado torear. Solo se puede destacar de su tarde el farol con el que recibió al cuarto y tres naturales que le robó a pies juntos antes del cambio por la espalda. Alejandro anda más pendiente de los gestos de cara a la galería que del toreo. Recuerdo cuando en una entrevista previa a su vuelta a los ruedos decía que volvía para intentar torear más natural. Pues ha sido todo lo contrario. Tal vez se haya dado cuenta que ya no está para eso y por eso recurre a otras cosas. En aquella entrevista también decía que “ser apoderado por gente que acumula tanto poder en el negocio taurino que acaba siendo perjudicial para todos” (pueden leerla aquí). Y ahora le lleva nada menos que Simón Casas porque es la única forma que tiene de entrar en las ferias.

Ginés Marín es un torero que me recuerda mucho a Talavante. Por ejemplo, en que ambos torean mejor de rodillas que de pie. Ese inicio de Ginés al sexto fue puro Talavante: la arrucina y el posterior toreo en redondo de hinojos. Tremendo prólogo a una faena en la que, ya de pie, estuvo perfilero y tiralíneas.
Con el tercero ya había estado muy pesado, salvando su toreo de capa, tanto a la verónica, como por chicuelinas y el quite por caleserinas y gaoneras al segundo intento, tras salir tropezado en el primero y hacerse el autoquite, que le evitó un percance. Eso sí, con la espada es de los toreros que mejor mata. Sus dos volapiés fueron de perfecta ejecución.

Plaza de toros “La Candelaria” de Valdemorillo (lleno de “No hay billetes”): toros de Núñez del Cuvillo, anovillados y sin opciones, salvo el quinto que tuvo algo más de ritmo (mejorado por Ortega). Inválido el primero, debió ser devuelto.
- Alejandro Talavante (de pizarra y plata): silencio en su lote.
- Juan Ortega (de sangre de toro y oro): ovación tras petición minoritaria y dos orejas.
- Ginés Marín (de obispo y oro): ovación y palmas.


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