Volvían los miuras a Las Ventas tras seis años de ausencia, pero el regreso resultó decepcionante. Un petardo. Solo hubo un toro con opciones (el tercero), lo cual no de extrañar en Miura. Lo que sí es preocupante es la falta de fuerza y de poder que tuvieron la mayoría de ellos. No fueron ni peligrosos, a excepción del último. La presentación también fue desigual, con algún torazo (como los del lote de Rafaelillo o el sexto, ovacionados de salida) y alguno por debajo.

El segundo, por ejemplo, se tapaba por sus amplísimos pitones, pero estaba muy escurrido. Cierto es que los miuras suelen ser agalgados, pero este era una sardina con dos velas. Fue pitado de salida… y después, ya que dio muestras de estar descoordinado durante su lidia, mas el pañuelo verde no asomó en el palco. Sí, en el 7, poblado de verdes. Juan de Castilla realizó una faena de enfermero que tuvo su punto más álgido en la penúltima serie de derechazos, cuando pudo ligar varios. Ahí debió irse a por la espada. El colombiano saludó otra ovación, que se sumaba a la que recogió tras el paseíllo por el gesto de matar esta mañana la concurso de Vic, coger un avión, cambiarse en la propia plaza de Las Ventas y torear ahora los miuras.

Otra ovación más recogió tras dar muerte al quinto, que saltó dos veces al callejón. Hay que agradecer a Juan el sitio que da a los toros. Siempre los cita de lejos. Como su paisano César Rincón. Tienen que dar más oportunidades a este torero.

Rafaelillo tuvo un lote tan serio como infumable. Sin fuerzas. «Almejito» se llamaba el toro del regreso de Miura a Madrid.

Este sí, con un trapío incuestionable, ovacionado de salida. Tenía dos guadañas y mucha caja.
Pronto mostró su debilidad y se fue dos veces al suelo, lo que no era suficiente como para echarlo atrás. El toro estuvo totalmente agarrado al piso ya desde el tercio de banderillas. Con ese pelaje cárdeno parecía un toro de Guisando; parado. Rafaelillo tuvo que abreviar ante la petición del tendido de que así lo hiciese.
El cuarto fue un castaño bragado, meano y girón. Lámina prácticamente idéntica a la del segundo. Eso sí, este fue mucho más serio y más alto, característica típica de la casa.
Otro toro flojito y vacío. Rafaelillo pudo dar alguna serie sin transmisión antes de pasaportarlo de una meritoria estocada.

El lote de Colombo estaba muy en Miura. Su primero estaba muy justito de presentación, con poquito pitón este (a diferencia del resto de la corrida). Fue el toro de mayores opciones del festejo, pero el venezolano no se acopló y estuvo por debajo del animal. A destacar el brillante tercio de banderillas con el toro echando la cara arriba. No se arrugó Jesús Enrique y clavó en la cara y en todo lo alto. No es lo habitual en él, pero cuando lo hace bien hay que decirlo, aunque alguno le protestó casi por inercia.

Lo habitual es que ponga las banderillas como en el sexto, con un salto que es casi un vuelo sin motor y y clavando a toro pasadísimo. Bueno, clavando, o intentándolo, porque este miura también le puso en apuros y apenas pudo clavar. Tras un defectuoso tercer par, pidió un cuarto, que no alivió las (ahora sí), justas protestas.
El toro era un tren. Larguísimo. Y de los pocos que tiró un gañafón en la muleta, algo tan típico en esta ganadería. Y es que este toro puso fin a una miurada insípida y aburrida. Veremos cuánto tardan en volver a la primera plaza del mundo.

Plaza de toros de Las Ventas (20.749 espectadores). Toros de Miura, desiguales de presentación (muy serios primero, cuarto y sexto, aplaudidos de salida; pitados tercero y, sobre todo, el segundo; bien presentado el quinto). Les faltaron fuerza, bravura y casta. El segundo debió ser devuelto.
– Rafaelillo (de verde botella y oro): silencio y ovación.
– Juan de Castilla (de verde hoja y oro): ovación tras aviso y ovación.
– Jesús Enrique Colombo (de nazareno y oro): silencio tras aviso en ambos.

