Alejandro Talavante, por fin, volvió a recordar a su mejor versión, la de antes de retirarse en 2018. Lo hizo con su gran mano, la izquierda. Al natural. Pero la tarde, que prometía mucho tras la oreja de Talavante en el primero, no valió nada por el ganado manso, descastado y sin fuerza de El Puerto de San Lorenzo. Rufo se justificó con el último y Ortega templó como solo él puede hacerlo, pero con un toro que no dijo nada.

Juan Ortega realizó un buen quite a la verónica al abreplaza, toreando despacio, aunque sin lograr parar el tiempo (como muchas veces consigue, por difícil que sea). Talavante se puso en los medios directamente a torear al natural, citando con el cartucho de pescao y rematando con una soberbia trincherilla. Pronto y en la mano, como gusta en Madrid. Siguió el extremeño toreando con la zurda con ajuste y citando siempre enfrontilado en el primer pase para luego quedarse en sitio y ligar. Tomó la derecha y la faena bajó un punto. Si lo estaba cuajando al natural, ¿por qué se fue a la diestra? Dejó un cambio de mano por delante en redondo y templado, pero en el que se pasó al toro muy lejos. Se está convirtiendo este pase en algo habitual en la tauromaquia del Talavante post-retirada.

El epílogo por bajo, a base de trincherillas y pases de la firma, fue torerísimo. Tras la estocada cortó una oreja de ley (aunque se protestó levemente).
Nada pudo hacer con el inválido cuarto, un toro que, a todas luces, debió ser devuelto, y es que ya de salida mostró su evidente descoordinación. Le costaba apoyar. Me recordó a esos toros de esta ganadería que se partían las manos, como pasó, por ejemplo, en la corrida de 2016, en la que Ponce, por cierto, estuvo soberbio con «Malaguito».
Precisamente, Enrique Ponce (al menos, el de aquel entonces) habría entendido muy bien al mansazo sexto.
Rufo lo hizo a medias. Tras un inicio de rodillas marca de la casa (como el de hace una semana), en el que el atanasio apretó, este se rajó. La faena giró por todo el anillo pegada a tablas, completando los 360° para acabar en toriles. Estaba claro. Tomás pudo ligar varios muletazos en la parte inicial de la faena dejando la muleta puesta con la derecha. Era un toro para hacer la noria con él y que no viese otra cosa que no fuese la franela. Sin embargo, Tomás Rufo tomó la izquierda y dejó algún natural suelto, pero al vaciar la embestida el del Puerto huía despavorido, incluso soltando coces. Faena de largometraje de un torero al que se ve demasiado obsesionado con arrancar orejas como sea.
Con el tercero, un animal justo de fuerzas, estuvo pesadísimo, levantando los gritos sarcásticos del abonado venteño. «¿Te queda mucho?», le dijeron, le contaron los pases, etc.
Se esperaba muchísimo a Juan Ortega. No es para menos, pues es el torero que mejor torea del escalafón, no me cansaré de decirlo. Lo demostró con el quinto, un toro que de salida ya no gustó y cuando Madrid se pone a la contra es muy difícil. La corrida ya llevaba un rumbo muy malo, sobre todo, tras el pésimo cuarto, y este estaba muy mal presentado. Desentonaba en la seria y pesada corrida de El Puerto. Dio muestras de su mansedumbre, poca humillación y bastante escasez de fuerzas y arreciaron los verdes en el 7, que en buena parte no prestó cuentas a la faena de Juan Ortega por la condición del toro, que era una birria, claro está. Tenía tan poca fuerza que le costaba tanto pasar que se quedaba debajo, por lo que cogió a Juan. Se repuso y, cuando pensábamos que era un toro para haber salido directamente con la espada de matar, se puso a torear por derechazos con un exquisito temple. Es que no se puede torear más despacio de como lo hace Ortega, mas el toro no transmitió nada de emoción y la faena se quedó en una meritoria ovación para el diestro.
Tampoco pudo lucir el sevillano con el segundo de la tarde, un toro que nunca embistió, solo se limitó a pasar por allí sin ningún celo. Así no se puede.
Plaza de toros de Las Ventas (lleno de «No hay billetes»). Toros de El Puerto de San Lorenzo, bien presentados, salvo el quinto, que nunca debió ser aprobado. Fueron mansos, descastados e inválidos. Solo sirvió el primero.
– Alejandro Talavante (de grana y oro): oreja y silencio.
– Juan Ortega (de corinto y oro): silencio y ovación.
– Tomás Rufo (de lila y oro): silencio y ovación.

