EL REY DE BILBAO

Roca es el Rey de Bilbao. No cabe duda. Lo es en la taquilla y también en el ruedo (con permiso de Borja Jiménez). Hoy ha firmado la tarde más rotunda de su pobre temporada. No era difícil, pues este año está desconocido, de ahí que supiese de la importancia de este compromiso en una de las tres plazas en las que más se le idolatra (Bilbao, Pamplona y Valencia). Mostró un compromiso diametralmente opuesto al de un acomodado Juan Ortega, que vive sus horas más bajas. Desbordado, no pudo o no quiso hacer nada ante un toro encastado de Victoriano del Río, que volvió a demostrar que es una fenomenal ganadería. Lidió una gran corrida con un lote de triunfo, el de Roca Rey (uno de ellos premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre, quizás algo excesiva). Y Roca los aprovechó y triunfó. Tres orejas en una tarde reivindicativa en la que también se pudo paladear el buen momento de Pablo Aguado, emborronado con los aceros.


Abrió plaza uno de los dos toros deslucidos del festejo (junto al sexto). Además, estaba más que justo para una plaza como Bilbao, a lo que hay que sumar las sospechas en los pitones de todos ellos. Juan Ortega dejó alguna buena verónica de salida, pero el toro nunca mostró entrega. Falto de celo, de tal modo que el trasteo de muleta, aunque estuvo presidido por las buenas formas, no tuvo transmisión. Tampoco ayudó el inicio con doblones por bajo con un toro medido de fuerza.


El petardo gordo lo pegó Ortega con el cuarto. Juan es un torero que torea como nadie cuando tiene su toro, pero este año, por exceso o por defecto, parece no valerle ninguno (en este caso por exceso). Queda ya muy lejos aquella tarde de comienzos de marzo en Illescas en la que lo vi rayar a tan buen nivel. En las plazas de primera, nada. El toro salió con muchos pies y con una embestida descompuesta, por lo que al diestro no le gustó desde un principio. Es cierto que era un toro muy complejo, que embestía soltando hachazos. Sin embargo, nos queda la duda de qué habría pasado si en lugar de un artista tuviese delante a un torero con hambre y poderío. Era un toro para tirar la moneda y podríamos haber vivido una faena épica, pero Juan Ortega nunca cruzó la raya, claro. Ni lo intentó, ni lo disimuló, por lo que se ganó (y bien ganada) una tremenda bronca. Estuvo apático y tiró de la misma táctica que tantas veces hemos censurado a Morante: cargarse el toro en el caballo (en este caso Óscar Bernal también fue abroncado, mas se limitó a acatar órdenes) y abreviar. Lo mató sin tan siquiera ponerse. Ese no es el camino.

Pablo Aguado no pudo hacer nada con el sexto. Lo único que debió hacer era matarlo bien, pero no lo hizo. Necesitó ¡una decena! de descabellos.
No obstante, había dejado una grata imagen con el tercero, que es el reflejo del buen momento que atraviesa. Toreó con suavidad a la verónica y también con la muleta. Con su habitual y difícil naturalidad. Con suprema facilidad. Un molinete tuvo gracia torera, así como un trincherazo para citar en una de las series. Estuvo más al hilo y más despegado con la diestra que con la zurda, con la que apostó de verdad, citando de frente a pies juntos desde muy pronto, lo que le valió un susto. Afortunadamente, el feo y descastado castaño no hizo por él cuando lo tenía a merced. Arrebatado, Aguado prosiguió por el mismo palo con mucha verdad, aunque se terminó pasando algo de faena. La estocada fue buena y dio una merecida vuelta al ruedo.


Sin duda, lo mejor de la tarde lo realizó Roca Rey. El peruano cuajó una de las mejores actuaciones en su conjunto que le recuerdo. Tarde de figura con un lote de ensueño, todo hay que decirlo.
Brindó al público ambos toros, un público que acudió en masa llenando en más de tres cuartas partes la plaza al reclamo de su Rey. Es todo un logro cuando otras tardes no hay más de un tercio. En Bilbao esto solo lo consigue Roca.
Con su primero empezó con pases cambiados por la espalda en el centro del ruedo. Hasta cuatro antes de uno del desdén mirando al tendido.

Sin embargo, hoy no basó sus faenas únicamente en los alardes de valor, sino que estos complementaron al toreo fundamental (como debe ser). Habría sido un sacrilegio no torear a dos toros de tantas opciones. Con la derecha se mostró poderoso, ligando los muletazos con la mano baja y rematando con largos pases de pecho, mas la faena bajó al natural, al retorcerse el matador en exceso y vaciar los muletazos hacia fuera, en especial, en la primera de las series con la izquierda. Las bernadinas finales cambiando el viaje del toro ya son marca de la casa. En una de ellas el toro casi lo arrolló.

Ejecutó a la perfección la suerte suprema, con el toque fuerte abajo sin tapar la cara y el público pidió las dos orejas para su ídolo. Estuvo muy bien Matías otorgando solo una, pues la faena no era de dos.


Sí cortó dos al quinto como premio al conjunto de su tarde (aquí hay que cortar dos orejas en el mismo toro para salir a hombros) y por la sensacional estocada. Si la otra fue buena, esta fue superior. Para ponerla en las escuelas taurinas. Ahora mismo, Roca Rey es el torero que mejor mata y esta estocada valió por sí sola la concesión de la segunda oreja, ya que ejecutó a la perfección la suerte, en corto y por derecho y con despaciosidad, pero es que además la estocada hasta la bola cayó en todo lo alto. Matías valora mucho la estocada y sacó los dos pañuelos blancos del tirón, con justicia.

Posteriormente, sacó también el azul para «Cantaor«, este algo más discutible.
El toro tenía trapío y excelentes hechuras, que invitaban al optimismo.

Andrés lo recibió a portagayola, quizás enrabietado porque no le hubiesen dado la segunda oreja anteriormente. El toro le midió mucho y Roca Rey tuvo que echar cuerpo a tierra salvando por los pelos el percance, aunque no el pisotón del victoriano, del que luego renquearía durante toda la faena, a pesar del Reflex que le echaron mientras Fernando Sánchez, que sorprendentemente hoy iba en sus filas, puso un gran par (de mucha más exposición que el que había puesto al otro toro). Fernando Sánchez brilló en la cuadrilla de Roca Rey e Iván García en la de Aguado.
En un alarde de valor y de vergüenza torera Roca Rey se volvió a echar de hinojos en dos ocasiones más: la primera en una larga cambiada tras la portagayola, muy cerrado a tablas, y la segunda en el comienzo de faena en los medios, de nuevo con el péndulo pero esta vez de rodillas. La plaza era un clamor. De nuevo, logró una enorme ligazón con la derecha en las primeras series. Al natural lo toreó con largura. Bien, aunque no tenga estética. El toro humilló mucho y embistió con bravura y nobleza. Cuando este comenzó a apagarse, Roca no se la quitó de la cara para que no le quedase otra que embestir. Esta vez no hubo epílogo de la faena con su tremendismo. La faena estaba hecha a base de toreo de verdad. Salió a hombros de Vista Alegre y rindió homenaje a Iván Fandiño, acercándose a su busto en un detalle torero y de sensibilidad.


Plaza de toros de Bilbao (más de tres cuartos de plaza). Toros de Victoriano del Río, desiguales de presentación y sospechosos de pitones. De gran juego, destacando el lote de Roca Rey, con «Cantaor» premiado con la vuelta al ruedo. El cuarto tuvo mucho genio y, por tanto, interés, pero no nos lo dejaron ver. Se dejó con excesiva nobleza y bobaliconería el tercero. No sirvieron primero y sexto.

Juan Ortega (de verde manzana y oro): silencio y bronca.
Roca Rey (de tabaco y oro): oreja con fuerte petición de la segunda y dos orejas.
Pablo Aguado (de sangre de toro y azabache): vuelta al ruedo tras leve petición y silencio tras aviso.

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑